23 mayo 2011

TAL VEZ NO HAYA PERDON, PERO TAMPOCO HABRÁ VENGANZA.

Hace algunos años (quince ya) leí el libro “Los Días de Alfonsín”, una obra que recopila los artículos que el periodista Pablo Giussani escribió en el matutino “La Razón” de Buenos Aires en 1985, inmediatamente después que Argentina recuperara la democracia y Raúl Alfonsín asumiera como el primer presidente constitucional del país vecino después de una dura y difícil dictadura militar. Uno de esos artículos, publicado el 16 de junio de 1985 se titula “Ese difícil problema del punto final”, y en él Giussani dice que en la época de Julio César, Tito Livio y los antiguos romanos, era costumbre vivir de espaldas al futuro y mirando el pasado, no tanto lo que iba a ser sino lo que había sido.

No conozco la filosofía de los antiguos romanos pero está claro que en el transcurso de los dos mil años que nos separan de aquellos esa extraña forma de ver la vida cambió y no hay actualmente civilización que no tenga una concepción futurista de la vida, como tampoco intelectual, pensador ni filósofo de peso que niegue que debemos mirar hacia delante para asumir los desafíos que la vida nos va imponiendo. El discurso social e individualmente correcto dice que mirar demasiado hacia el pasado es una forma de paranoia o deficiencia psicológica que nos impide crecer además de revelar temor o miedo a los desafíos naturales de la existencia.

No obstante ello hay una parte de nosotros, del Uruguay como país y de los uruguayos como ciudadanos, que se aferra a mirar hacia atrás y mantener a cualquier costo las viejas disputas y polémicas (guerras quizá sea el concepto adecuado) que dividieron la sociedad desde los años 60.

Entiendo que quienes sufrieron la agresión tupamara primero y la militar después sientan tanto dolor y odio que les sea realmente imposible girar sobre si mismos, dejar de ver hacia atrás y caminar hacia el futuro. Entiendo como cualquier ser humano sensible lo hará, a las madres que perdieron a sus hijos como a los hijos que perdieron a sus padres. Pero entender el “ni olvido ni perdón” no quiere decir que entienda y mucho menos que acepte el rencor y la venganza como forma de paliar el sufrimiento.

Ningún país se construye a base de rencor y venganza pues estos son elementos destructores por naturaleza. Los pueblos que no han sabido superar tales sentimientos tampoco no han podido cesar el sufrimiento, por el contrario éste no ha dejado de crecer.

Por otra parte, y este es un elemento que creo no se ha profundizado debidamente, suelen reducirse los concepto de verdad y justicia para las víctimas de la dictadura, pero nunca se extiende para las de la guerrilla tupamara. Si observamos la actitud de los familiares de los muertos por la guerrilla y contrastamos con los familiares de los muertos por la dictadura observaremos una diferencia clara y notable: mientras los primeros viven y sufren en silencio, los segundos quieren envolver al país en su lógica de venganza y represalia como si la vida valiera más o menos según la ideología o sector al que se pertenece.

Por último, luego del bochornoso espectáculo del gobierno sobre su deseo de hacer desaparecer la Ley de Caducidad, el país debe entender que a partir de ahora es absolutamente necesario dar el problema por superado, ambos bandos, los de izquierda pero también los grupúsculos que reivindican el golpe militar. No vayan a creer estos que quienes apuntalamos y defendimos la Ley de Caducidad fue porque apoyáramos la dictadura, lo hicimos porque queremos sacar el país del espiral de rencor y venganza al que unos pocos han querido llevarlo y aun hoy insisten con que no cejarán en ese esfuerzo.

Como termina diciendo Giussani: “El punto final no es tarea unilateral de nadie sino un objetivo que exige el aporte de todos”.

Líber del Fuerte.

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