11 junio 2011

¿SE ACUERDAN DEL 11 DE JUNIO DE 2010?

Parece mentira, hace un año ya. El 11 de junio de 2010 comenzaba el Campeonato Mundial de Fútbol en Sudáfrica, y con él y por un mes, este pueblo emocionalmente chato, de festejos limitados, gris en sus alegrías, moderado en muchos aspectos de su comportamiento, tibio en sus festejos y juicios, dividido por la política y el fútbol local, experimentaría esa sensación de triunfo, el orgullo sano, la alegría y una inesperada y sorprendente unidad, gracias al desempeño que nuestra selección tendría en aquellas lejanas y para muchos desconocidas tierras africanas.

Imagen de cuando triunfamos por penales en el infartante partido ante la selección de Ghana

Desde 1970, aquel lejano mundial de México, nuestra selección mayor no había alcanzado, a nivel mundial, el destaque que por muchas razones pero sin duda por historia debía tener. Por historia y por merecimiento de nuestra gente, de todos nosotros. Muchos, los mayores de cincuenta, recordaban aquella cuarta posición en México; los más veteranos aún tienen grabada en la memoria y la retina alguno de los títulos mundialistas, pero para muchos de nosotros que en el 70 éramos niños aquellas historias de éxitos y glorias nos llegaban a través de revistas, libros o contadas por nuestros padres o abuelos. Y de inmediato nuestra interrogante que nadie podía responder: ¿qué tenían aquellos deportistas de antes que tantas glorias y emociones regalaron a nuestros antepasado y que no tienen los de ahora? “Garra charrúa” respondían simplista e inocentemente muchos, cuando somos el país menos indígena del continente. Eso de la “garra charrúa”, pensaba yo, es más una expresión folklórica que una realidad.

Así, mirando el pasado y haciendo nuestras las glorias que otros generosamente nos transfirieron, cada vez que un campeonato mundial nos incluía nos preguntábamos si llegaría el momento de volver a mostrar al mundo que aquí se sabe jugar al fútbol y que somos capaces de estar en los principales puestos del podio. Pero la realidad rompía nuestras ilusiones y para convencernos de nuestra grandeza debíamos volver la mirada al pasado.

Pero el 11 de junio de 2010 la historia cambió. No soy especialista en fútbol, se muy poco al respecto como para encontrar las explicaciones técnicas de lo que sucedió. Pero eso no me priva de la vibración cuando, hace un año, en la Ciudad del Cabo y enfrentando a Francia, se comenzó a escribir otra historia o mejor dicho se comenzó a borrar 40 años de fracasos. Empatamos cero a cero, pero ya se veía una chispa diferente en aquel plantel.

Después vino el local en Pretoria, supimos ser lo suficientemente osados para ganarle a Sudáfrica tres a cero. Osados, tercos, grandes y atrevidos en el mejor sentido del término. Y el broche de oro en la primer etapa: en Rustenburgo el triunfo sobre México uno a cero nos dejó primero del grupo A con siete puntos. Seguíamos borrando cuatro décadas de mediocridades, pero aún no se había logrado nada y se venían rivales que, por la dinámica del campeonato, todo indicaba serían los más difíciles.

Un mediodía soleado el triunfo sobre Cora del Sur dos a uno fue, quizás, el comienzo de la diferencia. Uruguay dejaba de borrar y comenzaba a escribir. En todos los rincones del país la emoción, la alegría y el lógico festejo se expandían y contagiaban, aún hoy me estremezco al recordar y escribir sobre aquellos días en que la sociedad y Uruguay entero había cambiado, y todo gracias al fútbol. Cada barrio de Montevideo era una fiesta que se repetía y reproducía en cada ciudad del interior, cada poblado, en cada hogar, y cuando Uruguay jugaba parecía que el mundo se paralizaba, como si ya no importara respirar, lo importante era ganar y luego del triunfo las calles se llenaban de gente, de compatriotas exuberantes de felicidad, una felicidad que se veía en los rostros de todos.

Pero faltaba camino por recorrer. El dos de julio había que vencer al único país sudafricano que quedaba, Ghana. ¡Por Dios, el partido más emocionante e infartante de todos! Primero la gran atajada de Luis Suárez, inolvidable, histórica; después el penal ejecutado por Gyan en el último minuto, el que erró; enseguida la definición por penales, las fabulosas atajadas de Fernando Muslera; los goles de nuestros y la famosa picada del Sebastián Abreu. Ganamos cinco a tres, y derrochamos emoción, donde había un compatriota, había emoción.

Lo que vino después fue más difícil. Perdimos primero con Holanda y después con Alemania  tres a dos, ubicándonos en el cuarto lugar. Pero esas derrotas no empañaron en nada los logros anteriores, la satisfacción de todos los uruguayos ni, reitero, la emoción. Ahora las nuevas generaciones tienen mucho que contar a las que vengan después, aunque seguro que a todos nos gustaría y deseamos que nuestra celeste defienda con todo su espíritu el honroso sitial que ahora ostenta.

Líber del Fuerte. 

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