Imagen de cuando triunfamos por penales en el infartante partido ante la selección de Ghana |
Desde 1970, aquel lejano mundial de México, nuestra selección mayor no había alcanzado, a nivel mundial, el destaque que por muchas razones pero sin duda por historia debía tener. Por historia y por merecimiento de nuestra gente, de todos nosotros. Muchos, los mayores de cincuenta, recordaban aquella cuarta posición en México; los más veteranos aún tienen grabada en la memoria y la retina alguno de los títulos mundialistas, pero para muchos de nosotros que en el 70 éramos niños aquellas historias de éxitos y glorias nos llegaban a través de revistas, libros o contadas por nuestros padres o abuelos. Y de inmediato nuestra interrogante que nadie podía responder: ¿qué tenían aquellos deportistas de antes que tantas glorias y emociones regalaron a nuestros antepasado y que no tienen los de ahora? “Garra charrúa” respondían simplista e inocentemente muchos, cuando somos el país menos indígena del continente. Eso de la “garra charrúa”, pensaba yo, es más una expresión folklórica que una realidad.
Así, mirando el pasado y haciendo
nuestras las glorias que otros generosamente nos transfirieron, cada vez que un
campeonato mundial nos incluía nos preguntábamos si llegaría el momento de
volver a mostrar al mundo que aquí se sabe jugar al fútbol y que somos capaces
de estar en los principales puestos del podio. Pero la realidad rompía nuestras
ilusiones y para convencernos de nuestra grandeza debíamos volver la mirada al
pasado.
Pero el 11 de junio de 2010 la
historia cambió. No soy especialista en fútbol, se muy poco al respecto como
para encontrar las explicaciones técnicas de lo que sucedió. Pero eso no me
priva de la vibración cuando, hace un año, en la Ciudad del Cabo y enfrentando
a Francia, se comenzó a escribir otra historia o mejor dicho se comenzó a
borrar 40 años de fracasos. Empatamos cero a cero, pero ya se veía una chispa
diferente en aquel plantel.
Después vino el local en
Pretoria, supimos ser lo suficientemente osados para ganarle a Sudáfrica tres a
cero. Osados, tercos, grandes y atrevidos en el mejor sentido del término. Y el
broche de oro en la primer etapa: en Rustenburgo el triunfo sobre México uno a
cero nos dejó primero del grupo A con siete puntos. Seguíamos borrando cuatro
décadas de mediocridades, pero aún no se había logrado nada y se venían rivales
que, por la dinámica del campeonato, todo indicaba serían los más difíciles.
Un mediodía soleado el triunfo
sobre Cora del Sur dos a uno fue, quizás, el comienzo de la diferencia. Uruguay
dejaba de borrar y comenzaba a escribir. En todos los rincones del país la
emoción, la alegría y el lógico festejo se expandían y contagiaban, aún hoy me
estremezco al recordar y escribir sobre aquellos días en que la sociedad y
Uruguay entero había cambiado, y todo gracias al fútbol. Cada barrio de
Montevideo era una fiesta que se repetía y reproducía en cada ciudad del
interior, cada poblado, en cada hogar, y cuando Uruguay jugaba parecía que el
mundo se paralizaba, como si ya no importara respirar, lo importante era ganar
y luego del triunfo las calles se llenaban de gente, de compatriotas
exuberantes de felicidad, una felicidad que se veía en los rostros de todos.
Pero faltaba camino por recorrer.
El dos de julio había que vencer al único país sudafricano que quedaba, Ghana.
¡Por Dios, el partido más emocionante e infartante de todos! Primero la gran
atajada de Luis Suárez, inolvidable, histórica; después el penal ejecutado por
Gyan en el último minuto, el que erró; enseguida la definición por penales, las
fabulosas atajadas de Fernando Muslera; los goles de nuestros y la famosa
picada del Sebastián Abreu. Ganamos cinco a tres, y derrochamos emoción, donde
había un compatriota, había emoción.
Lo que vino después fue más difícil.
Perdimos primero con Holanda y después con Alemania tres a dos, ubicándonos en el cuarto lugar.
Pero esas derrotas no empañaron en nada los logros anteriores, la satisfacción
de todos los uruguayos ni, reitero, la emoción. Ahora las nuevas generaciones
tienen mucho que contar a las que vengan después, aunque seguro que a todos nos
gustaría y deseamos que nuestra celeste defienda con todo su espíritu el
honroso sitial que ahora ostenta.
Líber del Fuerte.
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